Que vengan

No tenemos rabia. No tenemos miedo.

Lo tuvimos, pero cuando no hay nada que perder y mucho que ganar el temor se desvanece.

También sentimos rabia, un millón de palabras reprimidas que quedaron sin decir porque nunca era el momento. Una maraña de nudos en el estómago, de lágrimas contenidas, de patadas al viento. Pero, después de llevarnos tantos palos, aprendimos a transformarla en acción. Pudimos construir nidos con las piedras que nos arrojaban y dibujar planes de futuro con la fantasía de sus mentiras y sus giros de ficción.

Que odien, nosotros amamos.

Que conspiren, nosotros peleamos. A pecho descubierto y con la cabeza bien alta.

Que hablen más alto, nosotros lo haremos más claro.

Que griten; la verdad siempre llegará más lejos que el ruido.

Que mientan, porque nada dura para siempre y quedarán retratados.

Que ladren, seguiremos cabalgando.

Que vengan, que vengan todos. No daremos ni un paso atrás.

Que traigan los cuchillos, tenemos los puños afilados.

Que jueguen a desbaratarnos, estamos preparados.

Que piensen que pueden conquistarnos: nunca seremos territorio colonizado.

Que crean que pueden derrotarnos; ya lo intentaron, y se seguirán equivocando.

Que intenten encerrarnos: no habrá jaula que pueda contener nuestra libertad.

Que lloren y pataleen, aprenderemos a ignorarlos.

Que rabien, sin saber qué están haciendo mal; que nos sigan etiquetando, no nos entenderán jamás.

Que sigan envenenándolo todo, seremos un antídoto más fuerte y mejor.

Que se hundan en el fango, nosotros construiremos escaleras hasta el cielo.

Que se rebajen, nosotros estaremos a la altura de un pueblo que se les queda grande.

Que se refugien en sus clanes, nosotros floreceremos en nuestra tribu.

Que sigan diciendo que no se puede, les demostraremos que no tienen razón.

Que vengan, los estaremos esperando; con la dignidad por bandera y la verdad en el corazón.

Souvenirs

Llegará el momento de aceptar que todas tus queridas,

amadas,

preciadas cosas

(tus tesoros, y las historias que van con ellos)

acabarán en algún vertedero

junto a restos de hummus y la tapa de un yogur desnatado.

Salvo, quizá, dos o tres souvenirs emocionales

que decida guardar el último alma que las revise

(tus hijos, tus nietos, aquel primo lejano, la última persona a la que consideraste tu amiga)

por cariño,

por si acaso

o por azar.

Que nos pille bailando

Llegará pronto. Lo supe cuando mi padre me cogió de la mano para llevarme a la heladería del pueblo, un ritual abandonado hace años. Los vecinos, luciendo sus mejores galas, hacen cola en la pastelería para degustar sus delicias favoritas sin ser domingo. Matilda y Jorge, camino de los noventa, bailan abrazados la versión de Dream a little dream que suena a través de la destartalada megafonía municipal. Le dedico a mi padre una sonrisa de agradecimiento que espero pueda divisar a través de la nube de polvo: sé que, al doblar la esquina, nos espera el fin del mundo.

Rutinas

Al final del pasillo me esperaba él, como cada viernes, con una botella de vino.

-No puedo beberlo, ya lo sabes – dije pasando mi mano a través del cristal. –Tienes que dejar de hacer esto.

-Te echo de menos – respondió, a medio camino entre la protesta y la resignación.

-Yo también. Pero han pasado tres años, y… he conocido a alguien. Quisiera poder traerlo a casa sin que tenga visiones de mi difunto marido acechándolo desde las esquinas.

-Entiendo –hizo una pausa, luchando consigo mismo. –Te mereces ser feliz.

Sonrió por última vez y, con un destello, se esfumó para siempre.

Señuelo

Al final del pasillo, un bebé rompió a llorar, haciendo que se me cayeran las llaves al suelo. Al acercarme a la puerta del 4º B, vacío desde hace años –salvo por una persistente plaga de cucarachas- me encontré a una criatura de no más de un mes envuelta en una mantita rosa, dentro de una cesta digna de un cuento. Ya en mi piso le di la espalda, buscando el cargador de mi móvil, que había decidido abandonarme cuando más lo necesitaba. Demasiado tarde escuché que el llanto infantil se transformaba en una risa demencial.

No habéis entendido nada

Yo creo, humildemente,

que no habéis entendido nada.

No entendéis que la pirámide que habéis construido

a base de latigazos y esclavos adquiridos

durará tanto como las piedras de su base,

las mismas que os habéis empeñado en convertir en barro.

No entendéis que desde ese trono de pega sólo veis la copa del árbol

y que las semillas del cambio están enterradas en el bosque,

abajo,

entre las raíces de nuestras ideas y los huesos de nuestros antepasados.

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La piedra

Conseguí apartar la piedra del camino después de tropezar infinitas veces con ella; la enterré, le dediqué una elegía y seguí andando por los tiempos del duelo, soltando a cada paso un peso y renovando energías con cada respiración.

Se desvanecieron las marcas de las caídas y sanaron los rasguños de mis piernas. Aprendí a encontrarme en tierra firme, a encadenar andanzas con travesuras y a observar el horizonte en lugar de los hierbajos del sendero. Creí acostumbrarme a la rutina del suelo y aferrarme a la estabilidad de sus capas y estratos. Alcé la cabeza y me lancé a la carrera pensando que más allá del fin, donde muere el arcoíris, me esperaba una recompensa en honor a mi madurez; que lo bueno estaba aquí abajo y no más arriba, donde la luz se descompone en destellos de color y existen las criaturas que habitan mis fantasías.

Me atreví a ir descalza y a cerrar los ojos, sintiendo el camino despejado; y cuando creía que los colores del cielo me estaban tendiendo la mano para llegar hasta ellos, me saludó un viejo árbol al que solía acercarme a llorar. Descubrí, maldita lucidez, que mi soñado botín seguía muy lejos. Entendí, perdida la ingenuidad en un descuido, que había estado girando en círculos. Y el árbol, sin mediar palabra, me acogió una vez más en sus ramas para que –como en los viejos tiempos- lo volviese a regar.

Me escabullí a sus raíces y recuperé la piedra de entre las entrañas de la tierra. Parecía inofensiva: tan ligera, tan cruel, tan bonita. Sentí que se alegraba de verme y noté que se acurrucaba en mi bolsillo como quien se reencuentra con su cama, con sus edredones y sus mantas y el olor de su almohada, después de una larga travesía. Volví, sin muchas ganas, al mismo camino; tracé un boceto de recuerdos coloreando los aciertos y arrojé la piedra tan lejos como pude, lista para volver a tropezar.

Mientras uno de mis pies remoloneaba el primer paso me asaltó una verdad: que estar en el mismo sitio no significa estar igual. El sendero era el mismo pero yo no; y si el viejo árbol se fortalecía con mis lágrimas y terminaba cada día siendo un poco más sabio quizá para mí también era el caso. Eché a andar como si fuera la primera vez, con el alma en paz y las rodillas listas; y, mientras surcaba el aire para darme de bruces contra el suelo, entendí que me gustaba tropezar porque -al menos durante un instante- volaba.

No quiero

Woman hands holding tasty warm coffee espresso in ceramic cup si

No quiero más silencios que hablen a gritos

ni abrazos que me llamen al calor y me empujen al frío

ni garras de lobo con piel de inocencia

tan suaves que engañan, hurgando en la herida

pero están afiladas y cuentan mentiras

abren cicatrices de batallas perdidas

-cosidas con promesas y palabras bonitas-

que vuelven, y sangran,

y cada invierno duelen más.

 

No quiero desesperar esperando,

que mi paciencia no alcanza,

que siempre fue limitada

y los desprecios desgastan.

 
No quiero más pérdidas de tiempo

que se va, ¡que no vuelve!

Que no se puede regalar a cualquiera,

que ni se recupera ni se mercadea,

Que ya no está, que ya se ha ido, que está escapando ahora mismo

con cada respiración y cada suspiro.

Que es lo más preciado de la vida,

que es tan importante y está tan perdido

Que mi tiempo es mío, sólo mío

Que compartirlo es amar

y ya no lo comparto conmigo.

Que hace tiempo que nadie me quiere

como quisiera quererme yo.

Rómpeme

los esquemas y la coraza, que no el corazón.

Arrasa con todo y deja que el próximo huracán lleve tu nombre.

Llévate la maleza, los platos rotos, las cartas en el cajón; lluéveme, lluéveme fuerte.

Cúrame la sequía, destiérrame el invierno.

Riégame la piel y cultívame el bosque de la cabeza. Haz que vuelvan los pájaros que marcharon heridos por falta de calor. Que vuelvan, que aniden, que vuelen a tus ramas y traigan hojas para decorar su nido.

Arráncame la ropa, las cicatrices, las huellas de las fieras que nunca debieron pasar por aquí.

Cuéntame un cuento antes de dormir. Piérdete conmigo en el laberinto de tus tatuajes.

Vuélame con la voz, cúrame con la lengua, escríbeme con las uñas.

Bórrame el cerebro y dibújame el corazón.

Cuélame un secreto por la ventana y ven a buscarlo. Quédate a dormir, revuélveme los armarios y prepárate un café que derramar entre las sábanas.

Cántame una risa que espante a los fantasmas de un tiempo pasado que nunca fue mejor; háblame con la piel, susúrrame con los dientes.

Escucha mis latidos y baila con ellos a oscuras. Sáltame las entrañas, entiérrame los arrepentimientos.

Rómpeme el hielo, cállame el miedo.

Rómpeme la jaula y las nubes, sóplame el viento, avívame el fuego.

Rómpeme el por qué; regálame un por qué no.

Vuela libre y tráeme un trofeo de tus viajes; vuela libre y no vuelvas, o sí.

Cuéntamelo todo. O no.

Olvídame, para poder recordarme en los momentos más inapropiados.

Rómpeme en pedazos y constrúyeme un fuerte.

Rómpeme, a secas. Que del caos nace el orden y de la destrucción, la construcción de un mundo nuevo.

Rómpeme, prófugo;

y, cuando recojas las piezas, contágiame tu libertad.